Podríamos definir la conspiranoica como la ciencia que se dedica a estudiar teorías rocambolescas y absurdas, siendo uno de los grandes de España en esta materia Iker Jiménez y su programa Cuarto Milenio. Rastros químicos en el cielo, alienígenas que inspiran civilizaciones antiguas, ataques de falsa bandera… Y, por increíble que parezca, el mundo del seguro se mezcla con este arte en el barco Titanic.
Todo el mundo sabe que el Titanic fue un transatlántico británico botado en 1911, hundido en su viaje inaugural al chocar con un iceberg, muriendo más de 1.500 personas. Lo que la mayoría no sabe es que la misma naviera construyó dos barcos hermanos, el Olympic y el Britannic. El primero, botado en 1910, también tuvo mala suerte: en septiembre de 1911 tuvo un encontronazo con una nave de guerra, el HMS Hawke, debido a una turbulencia creada por su hélice.
El resultado fueron graves desperfectos en ambos barcos, pero el perito estipuló que la culpa era del Olympic, por lo que el seguro no cubrió la reparación, dejando a la naviera, White Star Line, en graves problemas financieros. Así que tuvieron una idea maquiavélica. Mandaron el Olympic a un astillero para repararlo ligeramente y luego a Belfast. Allí, cuando nadie miraba, le cambiaron los nombres, convirtiendo al destrozado Olympic en el flamante Titanic.
Y antes de botarlo, firmaron un muy buen seguro. La póliza cubría la “pérdida total” del Titanic por cinco millones de dólares, por la que pagaron 500.000 dólares. Así que, con el barco aún sin reparar del todo, lo mandaron a cruzar el océano con la idea de que se hundiese y cobrar el seguro, solucionando los problemas económicos de la White Star Line.
El resto es historia. El Titanic chocó con un iceberg, al parecer tremendamente visible. El capitán durmió esa noche en el puente, con la ropa puesta. Los músicos tocaban mientras se hundía el barco. Y las reclamaciones al seguro fueron de 16 millones de libras de entonces, equivalentes a casi 2.000 millones de hoy en día.