Decía Alfred Hitchcock que había que evitar a toda costa rodar películas con niños o con animales, porque podía suceder cualquier cosa… Y no le faltaba razón.
Ya hemos hablado de cómo han de ir los niños y las mascotas en los viajes en coche. Pero ahora, vamos a divagar un poco sobre los riesgos que entrañan los incidentes con bichos, especialmente los relacionados con el automóvil.
Una buena cobertura contra siniestros animales debe incluir la posibilidad de que el calorcito del motor de nuestro coche recién parado atraiga a los gatos de la calle: nada mejor para una especie friolera que echarse una buena siesta, con afilamiento de uñas incluido, en un capó aún tibio.
También existe el riesgo de aparcar precipitadamente, sin prestar atención al entorno, y que aparezca literalmente cubierto de cacas de pájaro. Pero no de esas pequeñas deposiciones de los gorriones o los jilgueros, sino verdaderas cataplasmas procedentes de las urracas (Pica pica, en latín, lo crean o no). Estas bellas pero estridentes aves eligen emplazamientos muy concretos, y no está muy claro por qué instalan su campamento en un árbol y no en el de al lado. Pero si aparcamos bajo uno de estos lugares, en pocas horas no se sabrá de qué color era nuestro coche.
Si somos aficionados a esos llamados safaris motorizados, en los que recorremos con nuestro vehículo amplias praderas y recintos naturales en los que campan a sus anchas bestias peligrosas como rinocerontes o tigres, lo primero es mantener las ventanillas subidas. Se han dado casos de impacientes visitantes que para obtener una fotografía más realista se apean de sus vehículos. Un error fatal es subestimar la velocidad de un felino… Poco puede hacerse en estos casos, excepto certificar la defunción del sujeto y la rotura de la cámara de fotos.
Pero en estas instalaciones hay otros riesgos, más relacionados con lo que comentábamos de las urracas… nos referimos a los monos, que pueden encapricharse con nuestro utilitario y estampar sus reales posaderas a lo largo y ancho de todas las ventanillas y de la carrocería, dejándolo irreconocible y envuelto en una pestilencia que al regresar a un entorno urbano nos hará sonrojarnos. A nadie le gusta admitir en público que una docena de monos ha restregado sus esfínteres por su coche.
Mientras conducimos puede colarse algún himenóptero por la ventanillas. Las abejas son más perezosas y menos agresivas, pero las avispas, que son muy suyas y además no mueren al picar suponen un gran peligro (la abeja solo puede dar un picotazo, que le cuesta la vida).
Más raro pero no imposible es que conduciendo de noche se cuele un murciélago en el interior. Y si es hematófago, es decir, se alimenta de sangre, deberemos mantener la calma y tratar de que no se acerque a nuestra yugular, sino que comience por la de los demás pasajeros.
Si usted no es muy aseado con el interior de su utilitario, y a menudo hace excursiones con el coche, no puede descartarse la presencia de víboras bajo la alfombrilla del suelo, o escondidas entre los asientos. También pueden aparecer nidos de cotorras, hormigueros, algún mapache (que pueden transmitir la rabia) o incluso una cría de oso pardo, por lo que seremos perseguidos rabiosamente por su enorme mamá osa, que no se andará con miramientos para recuperar a su vástago.
Los agentes de la aseguradora encargados de cubrir estos siniestros han de ser zoólogos cualificados, así como acreditar experiencia circense como domadores de fieras.
Pero el resto de los mortales, los que no somos ni Cocodrilo Dundee ni Indiana Jones, hemos de saber que la asistencia en viajes incluida en los seguros de coche de Pelayo cubre perfectamente y con total garantía el traslado de animales domésticos que vayan en el vehículo asegurado, siempre que tengan un peso inferior a 50 kilos.