Robos como pasto de celuloide

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Daniel Monzón, el galardonado director de cine de Celda 211 o El niño, imaginó hace años un robo sin igual. Se trataba de sustraer el Guernica, de Picasso, del Museo Nacional de Arte Contemporáneo Reina Sofía, en Madrid. Los componentes de la banda encargada de perpetrar El robo más grande jamás contado no eran unos profesionales del escapismo ni unos asaltantes con pedigrí buscados por la Interpol, sino unos aficionados.

Este argumento, poco tratado en el cine español, ha sido uno de los temas transversales en la historia de Hollywood. Recientemente hemos tenido Granujas de medio pelo, de Woody Allen, o la saga Oceans, de Steven Soderbergh. Sin embargo, y tirando del tópico, estas ficciones no le llegan a la suela del zapato a muchos casos verídicos que han tenido lugar en la realidad.

Uno de ellos fue el robo de la colección Isabel Steward Garden de Boston, el 18 de marzo de 1990. No hubo ni túneles o agujeros en el techo ni una estrategia milimetrada calculando tiempos entre la activación de la alarma y el descanso de un vigilante. Se utilizó lo que podría llamarse como un ejercicio de latrocinio de manual para principiantes. Dos personas se internaron en el museo vestidos de policía. Lo hicieron cuando se acababa de cerrar al público, alegando una llamada de emergencia. Sortearon al primer guardia, que les permitió pasar; se encontraron con otros dos, que aparecieron amordazados a la mañana siguiente; y sustrajeron 13 obras de arte multidisciplinar: pinturas, vasijas, esculturas… Todo con total normalidad, caminando por las salas a capricho. Como si entraran en nuestra casa y no tuviéramos el mejor seguro de hogar.

El botín, valorado en unos 500 millones de dólares (455 millones de euros), poseía lienzos como Tormenta en el mar de Galilea de Rembrandt o Chez Tortoni de Manet. También había piezas de Vermeer o Degas, entre otros. La simpleza del crimen y los problemas para devolverlos al mercado hicieron pensar al FBI que se trataba de una organización criminal que solo buscaba el hurto como divertimento. El museo anunció que daría cinco millones de recompensa a quien proporcionara pistas sobre los ladrones. Una oferta que se ha mantenido hasta la actualidad, igual que se han mantenido los huecos en blanco de las paredes al retirar los cuadros.

Hace un par de años, 23 después de “uno de los robos sin resolver más importantes del mundo”, la policía estadounidense dijo haber reconocido a los asaltantes. El delito ya ha prescrito y los autores no pueden ser detenidos. Las soluciones, por tanto, se reducen: recuperarlos, cubrir su ausencia con obras nuevas o, quién sabe, convertir la historia en pasto de celuloide.

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