Podría haber sido una reunión de amigos moteros como otra cualquiera, si no fuera porque alguien tuvo que soltar el temido aquenó u órdago motero: “A que no somos capaces de irnos en moto a Lisboa”. Desde el momento en que se pronuncia esa frase ya solo queda o buscar una buena excusa para escaquearte o poner a punto tu moto.
Si bien el colectivo motero es muy de aceptar envites y bravuconadas, no es tan insensato como para salir a carretera sin tomar las precauciones necesarias de seguridad. Tocaba, pues, poner en marcha el protocolo rutero.
En primer lugar, antes de viajar hay que revisar la moto: mirarle los niveles, revisar que no haya fugas de líquidos en el motor, frenos y suspensiones, chequear el cuenta-kilómetros por si le toca revisión (o le va a tocar durante el viaje si vamos a hacerle muchos kilómetros), y comprobar la presión y el desgaste de los neumáticos. En un viaje, con peso, calor y muchas horas seguidas de conducción, el desgaste de la rueda de atrás es mucho mayor de lo habitual, y salir con poco dibujo aboca a tener que buscar un servicio de ruedas en plena ruta (una pérdida de tiempo y de dinero).
Una vez que la moto está a punto, le toca el turno al conductor y al paquete. Para no jugarte la piel (literal) es fundamental llevar el equipo adecuado. Siempre un traje o conjunto de chaqueta y pantalones. También en verano, no vale poner la excusa del calor porque los vaqueros y cazadores de calle no protegen de la abrasión ante una caída. Botas, guantes y casco integral. Los cascos abiertos de ciudad a la velocidad en que se circula en carretera no ofrecen la protección adecuada y generan un ruido que en un viaje largo se convierte en un zumbido insufrible.
Todo a punto y, ojo, por duplicado, porque el pasajero también ha de llevar el equipo adecuado, y no vale pillarse un casco de ofertilla de supermercado. No hay ningún estudio que demuestre que los que van detrás en la moto tengan la cabeza más dura (aunque sí les debe de faltar algo de juicio por aguantar tantos kilómetros de paquete). Y sí, también tienen que llevar buenos casco, guantes, traje y botas.
Además, en la maleta conviene echar un kit de herramientas básico, la milagrosa cinta americana y el mono de agua: ese talismán que espanta la lluvia si lo llevas y si lo dejas olvidado te cae el diluvio universal.
Ya en ruta, el grupo tomó las precauciones habituales: mantener una distancia de seguridad con la moto de delante (no se trata de comerle la rueda al compañero e ir tragándote la carbonilla). Además, en los tramos rectos, los conductores procuraban ir intercalados en el carril, es decir, si el primero circulaba por la parte izquierda del carril, el siguiente lo hacía por la parte derecha y el tercero otra vez por la zona izquierda; así, en caso de frenadas de emergencia, no chocarían con el de delante.
Cómo no, el viaje lo hicieron principalmente por carreteras secundarias, que es como mejor se disfruta en moto. Por eso estuvieron más atentos a las irregularidades del firme, y, si la carretera estaba en mal estado, evitaban circular cerca del arcén, donde suele haber baches provocados por raíces y más gravilla suelta. Además, en carreteras desconocidas no conviene forzar el ritmo en tramos de curvas, porque no sabes cuándo te vas a encontrar con una de doble radio.
El ritmo siempre es importante cuando se viaja en grupo en moto, porque dependiendo de la potencia de cada una, del tipo (custom, naked, trail, sport-turismo…), de si llevas paquete o del ánimo de cada cual… la velocidad puede variar mucho entre unos y otros; también la autonomía de cada depósito, por lo que salir a todo trapo por tu cuenta no te hará llegar antes, sino tener que estar esperando en los cruces al resto de amigos. Así que el ritmo lo impone siempre la moto más tranquila, y las paradas, la que tiene menos autonomía (la moto más agresiva es la que tiene que parar más a llenar el depósito).
Viajando en moto así, parando a menudo para repostar y refrescarse, el grupo volvió a disfrutar de las tradicionales ventas y posadas de carretera, descubriendo los pasteles, embutidos y comidas típicas de cada zona. Sí, después de un viaje en moto se ganan unos kilitos, todo sea por la correcta hidratación del motero.
Y así, alcanzaron Lisboa sin contratiempos. En total 1.600 kilómetros entre ida y vuelta en un viaje del que todos, incluido los paquetes, llegaron con ganas de repetir. Porque viajando de forma segura evitas los percances que te pueden hacer colgar lo guantes de moto.