Los hipocondriacos

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Todo el mundo sabe que los hipocondriacos tienen una mala salud de hierro, y que entierran (o incineran) a sus allegados más saludables y fanfarrones. Pero no se fíen de las estadísticas, y sí de las pólizas de decesos, ya que les suele tocar a ellos ejecutar esas últimas gestiones.

Por supuesto que un lunar no siempre es un melanoma, que un poco de fiebre no significa tener Ébola, incluso habiendo estado expuesto sin traje de seguridad a todo el aluvión de noticias sobre los últimos contagios…

La primera vez que les pica una abeja piensan que ha sido una subespecie africana asesina, y que un shock anafiláctico les fulminará en pocos minutos. Se equivocan. Pero claro, un leve dolor muscular podría ser síntoma fatal de… ¡tantas cosas!

Podría decirse que los hipocondriacos son los paranoicos de la consulta médica, aquellos que piensan que siempre hay algo intentando acabar con ellos… Bueno, la verdadera razón de la longevidad de los hipocondriacos, que suelen disfrutar de largas vidas repletas de sospechas, es que se someten a toda clase de pruebas clínicas de manera continuada. Ello detecta y previene en muchos casos que las pretendidas dolencias que les afligen lleguen siquiera a aparecer o a manifestarse en sus hipervigilados organismos pretendidamente enfermos, pero retadoramente sanos, muy a su pesar.

Porque un verdadero hiponcondriaco de pura cepa desea que el especialista le confirme sus sospechas, y poder así exhibir ante su entorno más próximo aquello de:

—¿Lo veis? ¡Si ya lo decía yo!

Pues no. La solución está en los seguros médicos. Desde el instante en que contratan un seguro de estas características, siguen pensando que van a morir de un momento a otro, como siempre, pero con cierto confort, que podría llamarse de manera coloquial “gustirrinín”. Esta palabra no la acepta la RAE, pero significa que aun a las malas, ese confort te puede envolver como una cálida y tupida mantita en un día de invierno ante la chimenea. O lo que es lo mismo, el frío es el mismo ahí afuera (el miedo a la enfermedad, en su caso), pero la cobertura hace que casi ni se enteren.

Ser hipocondriaco tiene sus ventajas. ¡Incluso a la hora de la muerte!

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