Los romanos y los seguros

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Roma nos ha dejado muchas cosas. Además de miles de restos arqueológicos que convierten la capital de Italia en un lugar donde construir sin desenterrar unas termas es imposible, infinidad de estatuas y cientos de películas y series de televisión, también una de esas formas primitivas de seguro que se encuentran por diferentes partes del mundo.

Para entender el contexto, hay que saber que el declive del Imperio Romano de Occidente, con su caída definitiva en el siglo V después de Cristo, conllevó una nueva organización social. En las ciudades adquirieron gran importancia los collegia, agrupaciones profesionales que acabarían evolucionando hacia los gremios. Una de los requisitos para formar parte de los mismos era el pago de una cuota mensual. Ese desembolso daba ciertos derechos, los cuáles recuerdan mucho a lo que hoy en día hacen las aseguradoras.

Según cuenta el ya fallecido historiador José M. Santero en Un elemento supersticioso en los colegios funerarios romanos, determinadas organizaciones tenían un epíteto llamado salutaris: collegia salutaria. Las que escogían tener este sobrenombre debían hacerse cargo de los costosos funerales de los asociados, pagando además una prima a la familia. También debían hacerse cargo de los gastos sanitarios de los mismos en caso de enfermedad, actuando de facto como seguros de salud y de vida.

Estas organizaciones, asimismo, cubrían las carencias del Estado romano. Los collegia militum, dedicados a los militares, concedían pensiones a los soldados que quedaban lisiados e incapacitados a causa de las heridas de guerra, además de tener ciertas ventajas para los que llegaban a retirarse del ejército. Conviene recordar que el periodo de servicio de un soldado podía durar lustros.

Además, el concepto de anualidad fue vaticinado por los romanos. El jurisconsulto Domitius Ulpianus, uno de esos nombres del derecho romano que han llegado hasta nuestros días, creó una tabla de probabilidad de vida a diferentes edades. Utilizada siglos y siglos después de su fallecimiento, puede considerarse uno de los primeros ejemplos de tratar de saber cuánto va a vivir una persona y calcular las anualidades de rentas vitalicias.

Roma no se construyó en un día, pero está claro que el mundo en el que Pelayo es experto, tampoco.

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